Vuelta al cole, vuelta a las ultras. No es que el año pasado
fuera de vacío porque, carreras, hubo unas cuantas. Pero sí que era la vuela al
“cole con ilusión” que fue lo que me faltó el año pasado. Cosas de tener la
cabeza en otro lado.
El caso es que me presenté en Prades para hacer la Half
Trail. ¿half? ¿en serio? Peroooo ¿half
no significa medio? ¿Qué es eso de media ultra? ¿Te estás volviendo un moñas u
qué? No hombre noooo, que lo que pasó
fue que cuando me fui a apuntar ya no quedaban plazas para la ultra. Que si
noooo, vamos, con lo que yo soy.
Eso y que, a lo tonto, son 50Km y 2.800m+. Que no está nada
mal para el reenganche.
He de decir que iba con un poco de miedo a la carrera. Por
su parte organizativa me refiero. Es una carrera organizada por una empresa, no
por un grupo de entusiastas, y mi experiencia previa en carreras organizadas
por empresas no es que haya sido muy buena. De hecho ha sido mala. Notas la
falta de cariño, a veces, hasta de material. Notas racanería por todos los
lados. Y lo que menos te apetece cuando después de 10 horas en el monte llegas
a un avituallamiento es un “voluntario” que te trata como si le debieras dinero.
Pero he de decir desde ya que esta carrera es todo lo
contrario. Muy bien organizada, muy bien gestionada, perfectamente marcada y
con avituallamientos repletos de viandas. Muy bien por la organización.
Mi carrera sale de Vilaplana que, casualmente, coincide con
la mitad de la ultra. Un autobús nos coge a las 10 en Prades y nos deja en
Vilaplana con el tiempo justo para tomar un cafecito y un bocadillo en las
piscinas del pueblo. Bien por el control de material a todo el mundo, aunque
solo sea frontal y la manta térmica, y un breve speech donde nos avisan de que,
debido a las últimas lluvias, nos vamos a mojar los pies.
El coco de la carrera, la subida
a la Mussarra, está nada más empezar. Creo que, si se sabe gestionar y se sale
con mucha calma, va a ser bueno. Salgo de los últimos avanzando a trote
cochinero. Aun así voy adelantando a gente. Ummmm, malo. Me pongo a andar pero
me aburro así que decido seguir trotando hasta que comience la subida.
Nos ponemos a subir y me quedo
detrás de un grupeto que van bastante tranquilos. Quieto parao alazán, que ya
tendrás tiempo de correr. Pero me vuelvo a aburrir. Preto un poquito el paso,
sin forzar pero sintiendo que no voy lento y voy adelantado a gente. En lo que
me parece un pispas llego a la cima. Me siento bien, me siento a gusto con lo
que estoy haciendo así que no quiero mirar el reloj para ver si realmente voy bien
o mal. Qué más da el tiempo si voy disfrutando.
Toca bajar. Aquí sí, aquí hecho
el ancla, me meto cuatro piedras en la mochila y bajo tranquilo, muy tranquilo.
No quiero arriesgarme a cascar la rodilla derecha. Ya he comprobado que es en
las bajadas muy empinadas donde me la casco (la rodilla) así que a andar
despacito. Se suaviza el desnivel y me atrevo a trotar detrás de un mozo when
de repente me adelanta una chavala cual sarria en primavera. Al poco otro
lozano chaval me quita las pegatinas. Y luego un abuelo. Esto sí que no: a
correr se ha dicho que la prudencia es de los mayores y yo todavía soy un joven
impetuoso. Adelanto a un montón de gente. Es una zona pedregosa y resbaladiza
por la humedad pero bajo con sorprendente agilidad. O eso me parece.
De estas que llego al tercer avituallamiento.
Me bebo y me como un poco y tiro para adelante en busca de la segunda gran
cuesta. Empieza fácil con un desnivel que, si no fuera porque quedan un montón
de kilómetros, podría hacer corriendo. Esto hasta el km 22 donde empieza un
muraco de los que hacen afición. Miro el reloj y veo que puedo llegar al avitu
de Mont-Ral, que es el pueblo donde le ponen número a los colores del aluminio
(si no lo has pillado no te preocupes y acepta tus limitaciones, pero el chiste
es cojonudo). Madre mía que llego en 4 horas. Madre mía qué tiempazo. Madre mía
que bato record. Madre mía qué cuesta. Madre mía cómo me duelen los cuádriceps.
Madre mía que se me suben los gemelos. Y por fín: madre mía que me voy a sentar
aquí que ya no puedo más.
Así que, a 100 metros del avitu,
cuesta arriba eso sí, me tuve que sentar en una piedra porque no tenía fuerzas
para seguir. Sentado solo pensaba en una cosa: beber CocaCola. Deseaba y
anhelaba la preciosa CocaCola. Cuando reuní fuerzas para deambular esos 100
metros tuve una pesadilla: en todo el pueblo no había más que Pepsi.
Afortunadamente lo primero que vi
en el avitu fue a otro corredor bebiendo CocaCola. Aleluya. Esperé
pacientemente a que acabara y llené mi bidón hasta los topes del oro negro. Por
fin, el maná de Atlanta llenaba mi garganta y mis reservas de glucógeno. Me
tiré al solete a descansar a dejar que se me pasara la pájara. Una hora me
pegué tirado por el suelo, con breves desplazamientos a rapiñar bebida o más azúcar.
En el último de ellos vi que tenían ¡¡¡gominolas de cocacola picantes!!!!! Joooder.
Furtivamente engaché un buen puñado y me los guardé en el bolsillo de la
mochila. Las barritas de aminocarbonosramificados que había dentro las tiré a
la basura.
Después de una hora parado,
recuperar la marcha fue menos complicado de lo que pensaba. Los cuádriceps
respondían, la cabeza nunca dejo de animar pero los gemelos se quejaban. De vez
en cuando tenía que parar a estirarlos pero no mucho que entonces se me
cargaban los tibiales.
Afortunadamente este tramo, el
que va de Mont-Ral a Capafons es el más bonito del ya de por si precioso
recorrido. Queda apuntado para hacer alguna escapada cuando me vea obligado a
ir a Salou.
De Capafons sale la última gran
cuesta que nos deja en la ermita de nosequé. Y de la ermita, a pesar de que la
meta está a una par de kilómetros a la izquierda nos hacen dar una vuelta del
copón para llegar al alto de nosecuanto. Esto jode. Y encima es un trozo feo y
artificial porque se han calzado “camino natural de ..” consistente en una
pista por la que caben camiones con mejor firme que la autopista. Y eso es
natural.
Y encima me coge la noche.
Intento llegar a meta sin encender el frontal pero cuando ya tengo compradas
todas las papeletas para el sorteo del hostión del día enciendo el frontal y
paso del premio. Por lo menos empieza la cuesta abajo. Y por sendero. ¿y si
corro? Venga va, no seas fantasmón, de qué vas a correr tú por aquí a estas
horas de la peli. Huy lo que me ha dichoooo¡¡¡¡.
Le doy más lumbre al frontal y me
tiro para abajo. Joder cómo mola. Hace cuatro horas estaba tirao en el suelo
compartiendo un chusco de pan con un perro y ahora estoy corriendo de noche. Y
a toda mecha, sin talento.
Total que llego a meta más
contento que unas pascuas y sin dolores ni na. Un fenómeno vamos. Hasta que
llego a la ducha claro que se me vienen todos los males encima. Que al ponerme
las chanclas se me queda enganchado el dedo gordo y al ir al desengancharlo me
da un tirón la planta del pie. Coñoooo cómo jode.
Después de la duchica de agua
fría al coche y para casa. Solo que al meterme al coche se me queda enganchada
la cabeza del fémur y me quedo medio colgando del coche. Me salgo del coche, me
recoloco el fémur (chúpate esa Mel Gibson) y me vuelvo a meter en el coche
cogiendo las piernas con las manos.
Arranco, voy a pisar el
acelerador y subidoooooon del gemelo. Aggggggghhhh. Me salgo del coche, me tiro
para arriba de los dedos del pie y, subidoooooon del tibial. Bajo los dedos y
subidooooon del gemelo. Así que me pegué un cuarto de hora moviendo el pie como
si estuviera arreglando una bisagra roñosa. Cuando ya se relajó la cosa me
quedé otro buen rato estirando gemelo y asegurándome de que ya estaba relajado
no fuera que se volviera a subir adelantando a los mossos. A ver cómo le
explicas que el empentón no ha sido a posta que solo es la moda en Madrí.
Total que una vuelta al cole de
Notable porque me lo he pasado de puta madre, he visto una sierra preciosa y,
teniendo en cuenta los “pedazo” de entrenos que llevo en el cuerpo (va a ser
que sobreentrenado no estoy) hice un tiempo fantástico.
Unas foticos.